Cuando la meta no es un número
Estos días me estuve sintiendo bastante permeable a la realidad —más que de costumbre. Esto en general se traduce en una desesperanza generalizada y pocas ganas de accionar, incluso para las tareas básicas.
Pero esta permeabilidad tuvo —y tiene— una contracara, que es, en mi caso al menos, estar más propensa al registro, más observadora de mis procesos y mi presente, lo que me llevó a darme cuenta de algunas cosas. El famoso clic que sucede solo cuando estamos en un estado de sensibilidad que nos permite contraponer el pasado con el presente y llegar a conclusiones valiosas que son guía.
El decante de información más fuerte lo tuve el sábado pasado cuando me di cuenta de que estaba en el casamiento de una persona que, durante mucho tiempo, fue una seguidora de mi cuenta de Instagram.
Fue una boda muy íntima, de unas cincuenta personas, lo que refuerza aún más mi conclusión.
Chiari me empezó a seguir en mi cuenta de Instagram hace mucho, en silencio, pero un año atrás me respondió una historia donde yo estaba comiendo sola en un restaurante de Buenos Aires. Me preguntó cómo hacía para salir a comer sola porque no se animaba, y me contó que estaba en Rosario no hace mucho y que quería conocer lugares gastro pero no tenía amigas que la acompañen en esos planes. Ni lo dudé y le dije, “llego y vamos a tomar algo”.
Desde ese momento, casi todas las semanas íbamos —vamos— a algún bar o restaurante. Nos dimos cuenta de que compartimos muchos gustos y valores y formas de ver el mundo, y eso, sumado a una admiración mutua, apoyo y presencia que se sostuvieron durante el tiempo, fue clave para construir lo que hoy se define como una amistad.
Esta historia, con tintes más o menos similares, se repitió una feliz cantidad de veces desde que abrí mi cuenta de Instagram a fines de 2018. Y si bien mi número de seguidores no es uno que se considere alto en lo más mínimo en relación con el tiempo que hace que estoy en “el rubro” —y eso en más ocasiones de lo que me gustaría admitir me frustra y lleva a un autocuestionamiento bastante hostil— representa, a su vez, el logro de la primera meta que me propuse cuando empecé a crear contenido: hacer comunidad.
Una comunidad de personas reales que compartan mis valores y formas de ser y pensar, que no tiene un número definido pero sí un valor humano que no se puede medir con métricas de engagement convencionales.
Con esto no quiero decir que usar métricas esté mal, que enfocarse en ganar seguidores no sea una meta válida e incluso importante. No quiero romantizar el hecho de tener pocos seguidores, que pocas personas vean tu contenido, el sentirse estancadx, etc. Pero sí quiero cuestionar la idea de crecimiento y resultados.
Hay metas que jamás se van a poder medir de manera convencional, y que quizás ya lograste o estás logrando. Hay objetivos que solo se pueden considerar logrados si estás lo suficientemente permeable y sensible al registro para darte cuenta.
Porque cuando las redes sociales se terminen o ya no se usen de la misma manera o no nos sirvan tanto para vender —o simplemente nos terminen de hartar— lo único que nos va a quedar son los usuarios de carne y hueso. Y si nutriste esos vínculos más allá de lo digital, va a estar buenísimo.



creo que tu meta más bonita, fue el conocer a tu amiga,. Creo que lo bonito de hacer algo es hacerlo para el mismo, no para obtener un resultado ( aunque es muy satisfactorio).
PD: me ha encantado tu artículo.